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Article de "El Mundo"
Apreciado Ricard Maria Carles:
CRISTINA FALLARAS
No sé si es verdad que fue usted quien llamó a la policía para que desalojara la catedral de indocumentados. Si es así, reciba mi menos cordial vergüenza
BULEVAR
Apreciado Ricard Maria Carles:
CRISTINA FALLARAS
No sé si es verdad que fue usted quien llamó a la policía para que desalojara la catedral de indocumentados. Si es así, reciba mi menos cordial vergüenza.
Si no fue usted, ¿a qué espera para decirles a las fuerzas de seguridad y al delegado del Gobierno, el socialista Rangel, que hasta que ellos llegaron los templos católicos eran lugares de acogida? ¿Se le ha olvidado que desde que este país vive como si fuera un lugar civilizado nunca había entrado la policía armada y en pie de guerra en una iglesia, y mucho menos para echar a la fuerza a los desprotegidos?
Apreciado señor, yo no soy católica, y me queda de cristiana lo que a todos, el poso, el contexto y la historia. No recuerdo mucho del asunto, que todo se olvida, pero creo que a lo mejor lo que usted ha hecho es pecado, de acción o de omisión. Seguramente no uno de esos grandes pecados que ahora llaman delitos, sino de los íntimos, de los que se meten en el sueño. En fin, usted sabrá.
No soy católica pero sí ciudadana de Barcelona, de España, y sea o no pecado, usted ha cometido un error.
Esa gente a la que usted echó -o permitió que echaran- del templo como si fueran mercaderes, ya me entiende, son todo lo contrario.Y, además, el futuro es suyo.
Usted, como debe de salir poco y coger menos el metro, no los ha visto. Yo sí. Están construyendo algo, y no hace falta demasiada sensibilidad para darse cuenta de ello cuando se les ve a primera hora camino del curro, empeñados en seguir llegando. Están levantando su propia historia con el bocadillo debajo del brazo. En un futuro no muy lejano, ellos tendrán su pasado épico que contar, que dejar en herencia. Suyas serán las narraciones más apasionantes, ésas que tienen que ver con la lucha por la conquista de los derechos básicos y de la vida que quieren llevar. Ellos dudaron, tomaron decisiones definitivas, se liaron la manta a la cabeza, han cruzado mares y eso no hay cura ni policía que lo frene.
(¿Lo ve? Usted me ha dado la excusa para que pueda volver a hablar de «curas y policías» como partes de una misma entidad desagradable y ajena.)
Ya sé que su iglesia no es la iglesia de los pobres, hasta ahí podíamos llegar. El suyo, señor, es sencillamente un ideario en decadencia, amenazado por el descreimiento, el tedio y la televisión. Precisamente por eso opino que ha cometido usted un error. La grey que usted echó del templo está compuesta por personas que practican la esperanza y la ejercitan, de la misma manera que el resto muscula el aburrimiento entre el gimnasio y el televisor.
Caballero, entre ellos estaban los únicos que podrían llegar al día de mañana con algo más que ofrecer, y que buscar, que una triste decadencia macerada.
Ya le digo, es posible que pecara, pero seguro que erró, además de ponerse en evidencia. En el futuro de esos ecuatorianos, argentinos, peruanos, paquistaníes y marroquíes va su propia decadencia. La de usted y la de lo que representa.
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